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¿Y a ti aún te cuentan cuentos?

 

Eras más que eso

25 may 2008

Me lo dijiste con un hilo de voz y conseguiste que se me inflamase cada latido en los oídos. No fui capaz de alzar la mirada, dejé las pupilas allí, escondidas entre tus dedos como siempre que sé que se me lee entre pestañas. Como siempre que sé que las lágrimas (y las palabras) pueden producir esquirlas de metralla, cuando reconozco la tensión supurando al abrigo de mis mandíbulas. Cuando me doy cuenta, sin que nadie me lo diga, que todo se ha ido a la mierda.

“Eras más que eso”

Y se me atrinchera en la garganta ese tiempo verbal, errado y errante. Se mantiene allí, albergando la náusea en su seno, invitándola a quedarse más allá de la última copa. Donde tú y yo no llegaremos. La gramática jamás supo querer, se acostumbró a permanecer, rígida y fría, rompiendo todas las posibilidades de una salida airosa, de un futuro que no se deshaga en todos los sumideros.

“Eras más que eso”

Da igual que te diga que yo nunca fui más que nada. Que siempre quise ser la mala del cuento porque sabía que no daba la talla para protagonista. De pequeña odiaba las restas porque sabía que se me pudrirían injertándose en las líneas de la mano en cuanto me descuidase. Sustraer sonaba obsceno aunque ya lo llevase escrito en los posos del café. Y en la sombra inerme de mi mirada derrotada. No era el destino sino una cuestión matemática.

Ahora estás delante de mí esperando algo que no va a llegar. Se coagula la sangre muerta en las muñecas paralizando la posibilidad de dar un portazo a todas las palabras. Diga lo que diga me venderé al mejor postor, así que me marcho dejando tras mis pasos un reguero de despojos reproduciéndose en lo más profundo de mis huellas.

Tú interpretas mi gesto sin ver la lágrima que detona en el lagrimal, sin atreverse a romper un silencio que ella misma construyó a medida.

Sotavento

21 may 2008

El chico de la barba de tres días no tiene voluntad de bailar toda la noche. Tú lo miras de reojo y marcas tu propio ritmo, alejado de deseos dictados de antemano. Obviar al mundo siempre se te dio bien, desde que te escondías bajo las sábanas para no oírlo girar. Entonces te movía el miedo, ahora es sólo una cuestión de principios. Y quizás también de supervivencia. Decidiste pronto que bailar al compás no se te daba demasiado bien e hiciste todo un arte de ello. Tampoco te decidiste por la simetría de lo perfecto, eres una imperfecta declarada por la asimetría de tu sonrisa. No sabes muy bien si te gusta porque lo eres o lo eres porque te gusta pero no crees que tenga demasiada importancia. A fin de cuentas, duermes bien y no te asaltan las pesadillas en cada giro de memoria. Sólo en algunos.

Con todo, miras de cerca aunque no sea de continuo. El chico de la barba de tres días se guarda el poema adecuado en el bolsillo de la chaqueta gris sin soltarte de la mano. El gris de sus ojos te recuerda al mar de tu infancia en días de tormenta, con el poniente colándose entre todas y cada una de las grietas. Ahora ya no conoces el nombre de los vientos y quizás por eso no tiendas tan alegremente las pestañas de las ventanas, nunca sabes a ciencia cierta si las bañará el sol o se las llevará la galerna. Por eso le susurras, como aviso, que llevas escrito en la piel la volatilidad de los fenómenos atmosféricos y de las palabras sin anclaje.

El chico de la barba de tres días no tiene voluntad de bailar toda la noche. Y tú lo sabes desde la tercera palabra de la segunda frase. Así que bailas con la mirada abierta sin tener muy claro cuando querrás cerrar los ojos. Quizás lo sepas cuando cambie el viento.

Acuarelas

18 may 2008

Esta vez no te voy a mentir, necesito un minuto contigo y un finde sin dormir…*

Se recreaba acariciando los lindes de la tarde soñando despierto estar con ella, allí, en la curvatura de un atardecer imposible. Si cerraba los ojos era capaz de ver una escenografía completa paladeada al milímetro por el deseo, el ansia contrayéndose en su espalda. Allí estaría ella, sonriendo a un paisaje dibujado con acuarelas y allí estaría él, contándole todo como se lo había imaginado cada noche desde el primer día. Desde el momento en que comenzaba a esbozarse en su retina y le asaltaba su recuerdo cuando menos se lo esperaba. En la mañana gris de un lunes ahogado, camino del trabajo, se sombreaba su presencia a través de un guiño en el tiempo. De vuelta a casa, los acordes de una canción se le enroscaban entre los dedos evocándola sin querer, sin un sentido concreto, y terminaba por acostarse delineándola en su memoria sin proponérselo.

Una mañana de miércoles apagado, encendió la luz despacio y se la imaginó dormida entre las sábanas. La espalda desnuda, el cabello buceando en la almohada, el perfil expuesto enraizándosele en las venas escalando directo al torrente sanguíneo. Supo entonces que soñaba despierto con ella. Se descubrió una sonrisa abrigada en la boca del estómago cada vez que la veía y un temblor desaliñado en la yema de los dedos cuando la dibujaba entre líneas. Seguía abordándole en los lugares más inverosímiles, escondida en un semáforo en rojo, entre los papeles de la oficina o reflejada en el espejo del ascensor. Y él seguía soñándola en un café riendo con los ojos, caminando en la calle desierta a su lado, compartiendo susurros en la mesa más recóndita del decorado.

Se recreaba acariciando los lindes de la tarde en la curvatura de un atardecer posible. Y la observaba acercarse sonriéndole frente a un paisaje dibujado con acuarelas.

Yo acariciaba tu nombre y tú me disparabas piedras al corazón…*

“Hay partida” de Quique González y “Secretos deseos” de Iván Ferreiro (ya que los veré juntos pronto!)

Estados

12 may 2008

Hoy vuelves a no estar. Aunque estés tan cerca. Y es extraño para mí cuando siempre te he conocido tan cerca aunque estés lejos. Hoy vuelvo a echarte de menos como cada uno de los malditos días que han pasado desde ese adiós mudo, cobarde, que nunca oí pero se repite en mis tímpanos como el segundero inexacto que siempre me dice que ya es tarde. Ya sabes que jamás fui capaz de llegar a la hora.

Hoy vuelves a no estar y a ocupar como si estuvieras. El silencio construye su propia presa, arrinconando al aire contra las cuerdas, posándose descontrolado sobre una conciencia harta de buscar en los rincones más oscuros. Que sigues estando aunque no estés y esa es la forma más inhumana de presencia. Porque no está tu mirada repleta, plagada de significados, tanto que a veces, sólo de mirarte, se me derramaban a mí entre las pestañas y te acercabas, susurrando la palabras exacta como si descendiese lentamente desde algún lugar de tu memoria hasta la cornisa de los labios, como sin querer, como queriendo. Y me alegrabas las tardes y me borrabas algunas noches, a veces hasta conseguías que me madrugasen las mañanas. Y siempre estabas, allí, al otro lado de la calle, allí, al otro lado de la línea, aquí, hasta que te fuiste.

Y hoy vuelves. Hoy vuelves lejos de la terraza de baldosas amarillas. Hoy vuelves con la voz cansada y arrastrando los acentos. Y me dices que quieres arrastrarme contigo.

Hoy vuelves para no estar. Y yo estoy, sólo eso.

Acompaña: "Cuando éramos reyes" de Quique González (como siempre entre tus líneas)

De regresos y no-llegadas

10 may 2008


A veces no podemos mirar al frente, besar los labios y desquitar la prisa al tiempo. Borrar las fronteras y dibujarlas nuevas en las lindes de una espalda, en los aledaños de unas costillas. Dormir arropados y acariciar sin ropa. A veces no podemos descubrir los ases en la manga, remangarnos las ganas, ganarnos los silencios y susurrarnos la verdad entre desayunos a piel descubierta.

¿O sí? Natxo sin paréntesis vuelve (al fin) para contárnoslo.

Canción húmeda

5 may 2008

“Me has mojado el corazón por un instante…”*

Nunca es tan sencillo disparar al centro de la diana después de haberte mirado a los ojos. Lo dices sin mirarme y esperas que te crea, yo sonrío y tú renuevas tu fe en las palabras precisas sin saber que esta vez te equivocas. Hace tiempo que cerré la puerta a los sonidos articulados a conciencia, sólo sé recibir con honores a los gestos inexpertos y a los ruidos involuntarios, nacidos directamente desde la boca de la médula. Sin embargo, es mucho más sencillo asentir sin la cabeza, abrir los ojos, cerrar los oídos y sonreír. Al menos por el momento, hasta que haya pasado la hora crítica en la que tiendo a equivocarme más de la cuenta. Tú me acercas mi cerveza y me rozas los dedos sin perder de vista mis pestañas. Un escalofrío acuchilla mi columna y oigo mi nombre caer en una terminal vacía, su vuelo continúa en espera. Viaje sin equipaje por favor.

En el suelo están dibujados con tizas de colores los pasos siguientes, escenificando un tango perfecto y sin tropiezos. Tú bailas a la derecha y giras sobre tus pasos, sonríes, esta vez sin decorado, y me preguntas por qué sólo me muerdo las uñas de los meñiques. Yo doy unos pasos a la izquierda y me acerco sin clavar las pupilas, quizás sólo sea que son las menos accesibles. Nos reunimos en el centro de la conversación y llegamos a acariciarnos los motivos. Me atrevo a mirarte a los ojos sin vacilar durante dos instantes y tú te amarras a mi iris haciéndome sonrojar. No aprenderé nunca. Persigues el grana de mis mejillas, conduciendo las palabras con precisión de cirujano, inyectando posibilidades en cada minuto de aquí a que toda la escena se funda en negro y aparezca un The end con letras adecuadas. Aunque nadie ha marcado de antemano cuánto durará la acción principal.

La música sube, un solo de saxo retuerce la atmósfera y la piel se eriza en los pulsos con los pasos finales. Aún soy capaz de cargar los sonidos de significados infiltrados en tu oído, diluyendo las frases despacio entre el lóbulo y el nacimiento equívoco de tu nuca, labio y piel en un roce tan voluntario como impreciso.

Fundido en negro y una voz que susurra: Nunca es tan sencillo disparar al centro de la diana después de haberte besado.

*Iván Ferreiro: “Canción húmeda”

 
   

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