¿De qué me sirve salir de esta inmensa ciudad si de quien pretendo huir seguirá dentro de mí?
Creía
que lo merecía. Cuatro palabras capaces de desangrar una garganta ya
curtida en desangelar todos los nudos. Creía. Que. Lo. Merecía.
Diecisiete letras que supuran en el lagrimal derramando recuerdos por
las mejillas. El resumen certero de la fábula sin moraleja que han
sido los últimos 14 años. O quizás más. Allí donde no hubo más
que monstruos.
Me
he asaeteado las pupilas en el espejo, clavando cada jirón de memoria
en el verde oliva, repitiéndome lo que inicialmente fue una pregunta
para convertirse en la más atroz de las afirmaciones. Y allí,
reflejándose la pequeña laguna del iris descarnado, me he llorado
por cada una de las veces que debí perdonarme. Por aquellas que
excusé lo inexcusable en el ojo ajeno mientras asesinaba la piedad
en el propio.
Creía
que merecía aquella tarde de cristales rotos hace nueve años, dos
meses y un día. Hasta creí ser digna de las consecuencias que
aquello trajo. Creí que merecía todas y cada una de las veces que
regresaste para volver a irte desde aquel enero de hace trece años.
Daban igual las razones, las excusas, cada una de las palabras.
Incluso algunos gestos. Hace cuatro años me autoimpuse todas las
noches turbias, las camas vacías de después, la ausencia de piel
verdadera porque creía merecerlo. En mi inventario no había
registrado el balance de grises, el páramo de tus ojos, tu hastío.
La negación como supervivencia. También creí merecer todas y cada
una de tus mentiras, todas y cada una de las palabras que
convirtieron mis párpados en una cama de alfileres preparada para
desgarrar la piel donde menos lo esperase. Aunque siempre lo
esperase. El listado de siluetas ajenas que aún me despierta algunas
noches y me impide verme con nitidez a base de comparaciones. Y
ahora, y entre todo eso, solo supe hallar, o convertir lo que
hallaba, en sucio, indigno, vacío o imposible. Porque jamás creí
merecer nada más allá de eso.
Y
ahora en el fondo de un silencio incómodo me descubro poniendo en
duda una de las más vitales de mis creencias, del sistema de poleas
que aún me mantiene en pie. Porque quizás no la elegí yo, porque
tal vez solo la adopté creyendo que era lo que debía ser para mí.
¿Cómo iba a creer en el amor eligiendo tan mal en quien depositar
mi fe? Es solo que creía que lo merecía.
*La foto es repetida pero necesaria
Sonando: 'Belice' de Love of lesbian
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on 24 ago 2014 at 3:37 a. m..
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3 comments:
ciertas cosas no se eligen, simplemente te golpean. el problema es que cuando recibimos el golpe siempre pensamos que si hubiésemos estado en otro sitio, a unos pocos centímetros quizás, no nos habría pasado nada.
pensar eso es tiempo perdido, sólo puedes levantarte (si puedes) limpiarte el polvo y seguir..
Bien escrito. Sigo Pendiente de tus cuentos.
Te echaba de menos, Elena
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