Más allá de los zapatos verdes
La miraba desde los 15 metros que dictaba el protocolo, recostada sobre el cristal del metro, cantando bajito alguna canción de su grupo favorito. Mirando al suelo, examinando las huellas del pasado en la delicada comisura de sus dedos, con el gesto ausente, aún quedaban varias paradas, perdida del filo angosto de sus zapatos verdes. Y quiere acercársele, decirle al oído que aún quedan parques de atracciones más allá del cemento espeso que parece recorrerle las venas, que el sol puede transformarse en girasol de sus ojos negros, que él está allí para eso, para acabar con las lágrimas calladas que usurpan el tiempo de los sueños a gritos.
Pero no puede susurrar a través de un abismo de 15 metros y hay cosas que no deben decirse si no es al oído, los puentes sólo se lanzan en situaciones de alto riesgo y él lleva buscando desde siempre no tener que cruzarlos. Aunque eso suponga poder saber a qué huele más allá del rastro etéreo de su almohada.
No, él sólo quiere arrancar los pies del suelo, acercarse a su oído y susurrarle que tiene una isla en la que nunca llueve, en la que tender las lágrimas al sol y dormirse acunados con el olor de la marisma.
Pero no puede susurrar a través de un abismo de 15 metros y hay cosas que no deben decirse si no es al oído, los puentes sólo se lanzan en situaciones de alto riesgo y él lleva buscando desde siempre no tener que cruzarlos. Aunque eso suponga poder saber a qué huele más allá del rastro etéreo de su almohada.
No, él sólo quiere arrancar los pies del suelo, acercarse a su oído y susurrarle que tiene una isla en la que nunca llueve, en la que tender las lágrimas al sol y dormirse acunados con el olor de la marisma.
pero hay espacios que duele recorrer, él lo sabe perfectamente, y hay demasiadas películas que mienten. Por eso permanece en su asiento como si estuviera anclado, incapaz de mover un músculo. Porque conoce perfectamente sus cartas y cómo jguarlas, pero también sabe hasta dónde puede llegar antes de que algo se rompa en alguna parte. Nadie debería desencadenar tormentas sin saber previamente si habrá daños colaterales en la caída.
Increíbles y muy bonitos deben ser tus cuentos, porque leí un montón de golpe nada más tropezar con tu blog. En algunas letras me sentí "escrita" atrapada y reflejada. En otras historias, como esta última, me dejé llevar, y coincido contigo en eso de que hay cosas que sólo se deben contar al oído... y de eso de la isla me gustaría seguir oyendo porque yo tengo una en la que llueve de vez en cuando...
Saludos
Lol V.
Las distancias más cortas, son en esencia las insalvables.
Así es la naturaleza humana.
Salud/OS!
Uff... Certero disparo, sherezade. No hay palabras... las has dicho todas tú. Pero este cuento, me lo guardo como el tesoro que es.
Hay momentos en los que nosotros mismos nos imponemos esa distancia, que también contribuye a salvarnos. Cruzarla significa exponernos y eso tantas veces cuesta más del balance que guardamos en los bolsillos.
Ya sabes, decir cosas al oído no es nada fácil.
Y me debes una cerveza. He encontrado el texto, la cámara sí captó tu lágrima aunque obviase las demás.Fallaría el enfoque.
Hay cosas que no deben decirse si no es al oído, hay distancias que tardan eternidades en recorrerse, hay miradas que no se separan de nuestros sueños ni en las noches llenas de miedo, hay susurros que nos cobijan de la peores tormentas y cuellos a un sólo centímetro de donde alcanza una mano. Y a veces, sólo es cuestión de arrancar los pies del suelo.
Hace mucho que te leo, llegué a tu blog como los canguros, saltando de uno a otro...Aunque creo que nunca me había atrevido a decirtelo pero me gustan mucho las cosas que escribes y como lo haces, a veces me siento reflejadas en ellas...
saludos
cuántas cosas pasan en un vagón, a cortas distancias insalvables, a largas distancias próximas.
enciendo el iPod.
tender puentes es peligro, cierto, pero a veces es la única señal para saber si merece la pena.. si tus posibilidades rozan el cero, y aún así lo intentas, es que merece la pena.
Me alegro de que te dejases mirar por mi ojo, porque eso me ha permitido conocer tus cuentos. Este es tan real que parece que me hubieras espiado. Cruzar las distancias no siempre es fácil pero a veces merece la pena... aunque solo sea por descubir esa isla en la que nunca llueve...
Sigue contando estos cuentos tan bonitos :)
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