Domingo de agujas horarias
18 feb 2008
Hoy vuelvo siendo más yo, dejando atrás una época y quizás una forma de ver el mundo. Hoy vuelvo siendo la misma pero con otro nombre. Sherezade llevaba mucho tiempo para esta sombra cambiante y tocaba dejar de esconderse (tanto) tras un apodo. Así que hoy vuelvo siendo más yo: Elena –sin h-
Hoy no es domingo y no se pegan las sábanas más allá de las once. No. Hoy es día de diario y con el café desaguan los retazos de noche, el reloj martillea los pulsos marcando un ritmo frenético que nunca es suficiente para todo y que te impide parar a respirarte como debes. Bailas delirante con el asfalto pero te abruma la sensación de que tus pasos no hacen más que naufragar en relojes de arena, caliente y pesada, reteniendo el tiempo siempre más allá de las yemas de tus dedos. Y llegas, en un círculo inexorable, a la misma noche cerrada donde a cada hora dejas tus sueños para más tarde.
Hoy no es domingo y quiero romper ese reloj de arena. Hacer añicos los cristales y construirme una vidriera que refleje el sonido del mar por las mañanas. Quiero romper ese reloj y fundar una playa entre tus costillas, abrigada de los vientos de prisa inútil. Quiero hacerme un collage en el que los segunderos bailen un tango con los minuteros, las agujas horarias formarán un jurado imparcial que elegirá aquella pareja con el ritmo más desacompasado, el premio, como no, la libertad dibujada más allá del ancla a un reloj de pulsera. Quiero esa libertad, ese aire paseando en el espacio desnudo de mi muñeca, deteniéndose cuanto quiera, sin culpas, sin fallos, sin que sea necesario no hacerlo.
Hoy no es domingo pero quiero actuar como si fuera un domingo de película americana. Despertarme enredada por los retales de sueños elegidos en fase REM, enmarañada en el calor de tu cuerpo, respirando sereno el roce soleado de la piel y besarte despacio, astillando el tiempo al chocarse con nuestros labios. Desayunar con los pies en el sofá, jugando con el gato que lleva despierto horas y muerde sin morder mientras ronronea creyendo, ingenuo, que es domingo. Y leer en un café sin ruido definido o tumbada al sol mientras escucho tus acordes amortiguados por la hierba y perderme en cualquier calle y pisar la arena de la playa o perseguir las olas como si nunca fueran las mismas. Quiero tomarme un café con amigos y ver a mi madre sonreírle al futuro y creer yo misma en ese futuro de primavera en ciernes. Quiero tener en la mano ese reloj y no sentir que es mi vida la que se escurre, sin sentido, perdiéndose irrecuperablemente.
Últimamente, quiero que siempre sea domingo.