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29 abr 2006
Enterré el último disco de Marea el día que él se fue. Una semana más tarde tenía en la mano el billete de avión a Edimburgo y una maleta casi vacía. Hoy, casi seis meses después, tengo las manos amarillas, la cabeza deshecha, el hígado enmohecido y muy pocas fuerzas para solucionar el desorden que siempre me acompaña. Es más fácil así. Aquí siempre encuentras alguien que te invita a una cerveza mientras, disimulando mal, te mira las tetas, te da conversación y se ofrece a acompañarte a casa. No achica la inundación pero evita el hundimiento completo. Impide recordar y eso es algo que, en mis rincones, está muy codiciado.Os presento a Álex, juez y parte de esa dicotomía que nace con "Give me the keys" . Leo completa el conjunto, en manos de el_hombre_que. Seguro que muchos de vosotros habéis leído “ Diario de Susi. Diario de Paul” en vuestra infancia, aquí pues, un proyecto de estilo parecido. Esperamos que os guste. Así pues, os presento a Leo y a Álex. Un beso a todos.
26 abr 2006
Hay cicatrices que tardan en cerrar y hay cicatrices que hacen heridas, que horadan la piel marchita, en un simulacro de operación a corazón abierto, para extirpar erupciones tumorales de esas que amanecen en mis muñecas cuando se me escapan tus grilletes. Cicatrices que supuran guiños cómplices de acera a acera, allí donde nunca llegarán a salpicarnos los coches, tú en la derecha, junto a la Catedral, y yo, yo, siempre en la izquierda. Como los contrasentidos, los ríos sin remontar, las señales adversas o las bebidas con mucha azúcar. Yo siempre a la izquierda, en el lugar de los injustos. También está la cicatriz por la que pasarás y simularás no ver. Puede incluso que la acaricies contando los pasos hasta la misma playa de siempre. Donde nos dejaron los puntos que no jugamos. Y ambos sabremos que está ahí, que ha vuelto la marejada de sal y que más vale guardar silencio y gritar sólo en los acantilados sin eco. Yo lo sabré al menos y la afonía de mis manos me guardará el luto. Así que me internaré de nuevo entre las rocas buscando estalactitas con las que acuchillar palabras, hasta que se me derritan entre las manos y ya carezcan de sentidos. Ni a derecha ni a izquierda. Y mataré la sed de este verano naciente con mi silencio cosido a cicatrices cambiantes de agonías. Hay otras cicatrices, de esas que no son capaces de drenar todas las bebidas dulces que me inyecto al hielo cuando ya no me quedan fuerzas. En noches en las que mis lágrimas se convierten en arcos que nunca consiguen tensarse del todo, cuando las alcantarillas escupen las mismas heridas en los nudillos y las paredes amortiguan los intentos de rescatar muros. Esos que levanto para proteger al mundo de mis derrotas altamente contagiosas. Hasta en eso fallé, y al primer soplo, dibujo curvas aún más sinuosas y me aseguro de haber gastado las pastillas de freno intentando borrar las migrañas. Para que no vuelvan las golondrinas. Y hay otras cicatrices que son las que nos infligimos cuando ya no nos quedan luces, cuando el iceberg corona el barco y no tenemos un hornillo cerca que nos ayude a calentarnos las manos. Cuando buscamos desesperadamente un hilo que nos haga sentir, sin darnos cuenta a veces, de que es tan fino que nos desgarra en frío (siempre en frío) los ángulos muertos en los que aún creíamos poder encontrar algo. Y donde sabemos que no hay nada. Hoy, todas mis cicatrices se han abierto.
25 abr 2006
Por fin... ha sido ardua la tarea pero al fin lo hemos conseguido. Natxo sin paréntesis abre blog. Se llama ángulos efímeros y os lo recomiendo a ver si entre todos conseguimos de una vez por todas que tire abajo los diques. Yo participaré con él pero prometo no inmiscuirme mucho, el blog, diga él lo que diga, es suyo :) Os esperamos, hay chocolate y galletas.
24 abr 2006
Siempre restan huidas, caminos empedrados de trigo podrido en ausencia de despertares. Yo guardo mi colección de ciudades por las que corrí debajo de la funda de mi colchón de mimbre y conservo sus retazos en espejos que siempre reflejan aquello que no fui. Aquello que jamás llegaré a sentir. Fotogramas mezclados en una batidora de viento contraída a mala saña. Negativos velados por falta de luz. Derrotas que se amontonan como escombros en un museo de torturas, como grilletes con llaves entre los dientes. Así que solo me queda un paseo por mis venas renegando de oxígenos que se fusionen para terminar, una vez más, oxidándose en un cementerio de veleros que nunca llegaron a conducirme más allá del mar. Hoy, a la misma hora y distinto puerto, huiré para hundir mi almohada a base de lágrimas calladas y lloraré la oscuridad, de nuevo, para no abrir los ojos y descubrir, que se me agotaron los faros entre los dedos.
14 abr 2006
Mañana partiré durante una semana a la busca de Nessie... Sed buenos en mi ausencia. Supongo que nos equivocamos demasiadas veces, y hubo más “demasiadas veces” de lo que quizás hubiera sido lo mejor, y hubo tantos “quizás” que acabaron por clavarse certeros en los rincones sin tendón (de aquiles), al final sólo pudimos rendirnos a la evidencia de que habíamos adelantado al futuro y nos habían multado por no poner los intermitentes, por maniobra peligrosa y por poner en peligro nuestra propia cordura. 20 puntos menos y perdemos el carné para conducir materiales peligrosos. Touché y game over. Ir andando a las cumbres más altas siempre se nos dio mal, especialmente a mí que me acostumbré a llegar a los armarios elevados sin ponerme de puntillas, así que tú te sentaste en la misma piedra a ver pasar las tormentas de arena que, al llorar, justificabas con alergia al viento sin ningún tipo de especias. Entre tanto, yo contaba uno y uno intentando no olvidar las tablas de multiplicar mientras soplaba contra el viento, ese que a ratos conocíamos, para hinchar mi globo y planear sin caer por encima de tu cabeza. Aunque a veces te rozara los omoplatos. O las costillas. Y otras incluso los labios. Pero nunca me quedé tanto tiempo como para acampar aunque fuese de mentira. Y tú seguiste horadando cañones pensando que disparabas balas desviadas, sin darte cuenta de que, a veces, las corazas se convierten en repelente de erarios que valen la pena y no se puede hacer nada, ni siquiera sentarse a esperar, ni siquiera hundir los hombros, ni separar las aguas, ni llegar tarde a ver los fuegos artificiales. Nada. Te empeñaste en aprenderte de memoria las esquelas de todos los periódicos pero luego nunca reconocías tu nombre y terminabas por exprimirte las yemas tecleando venenos que en realidad nunca fueron tal. Ante eso, yo me rompí los dedos suscribiéndote (o intentándolo) al olvido, por tu bien, de los errores que no llegamos a cometer. Hasta que una mañana descubrí que me habían devuelto todos los cheques. Con una nota a pie de página: tus pasos andando sin bastón lejos de los precipicios. Sin piedra, sin venenos y sin errores. Y no pude menos que sonreír.
10 abr 2006
Se vestía de color sangre porque no creía que nada pudiese obtenerse sin heridas ni lágrimas, así que prefería ir preparada para ello. Como una cota de mallas lista para mimetizarse con su propio veneno. Antes de que las ramas profanasen, sin quebrarse, su carne de arcilla, clavándose y horadando catacumbas de gusanos donde nada sobreviviría, ella alzaba la cabeza y retaba, con el aleteo de sus pestañas, a las gaviotas asesinas que nunca regresarían costa adentro. Desviaba sus radares terrestres para combatir los gritos reverberándose en los acantilados escarpados a cincel en su cerebro. Y nunca lloraba porque había contenido hasta la última lágrima en fosos profundos donde mantener en formol a todos sus monstruos. Y no reía porque eso suponía dejar huecos en las comisuras por los que podían caminar hormigas mensajeras con pergaminos esperanzadores, y ya sabemos cómo actúa la esperanza. Se vierte caliente sobre un corazón sediento para, una vez dentro, cristalizar cuchillas de sal y vinagre que van desgarrando las paredes con cada latido, desangrándolo. Y cuanto más late, más duele. Y cuando más duele, más rompe. Hasta despedazarlo entero. Pero se le olvidaron los puentes levadizos. Por si acaso. Así que terminó quedándose aislada anticipándose al crujido siniestro de la caja, abierta, de Pandora, se previno con tanta prudencia, que todas las puertas se cerraban por dentro. Y nadie pudo ayudarla con la reacción alérgica a las múltiples vacunas que se había suministrado.
6 abr 2006
Hacía tiempo que no caminabas sin levantar la cabeza, preñando las aceras con unos pasos mediados y sin huella, con los ojos prendidos de las grietas de los puentes, a ver si hay suerte y se hunde todo sin llamada de preaviso. Notando en la espalda el peso, otra vez, de la conciencia agazapada bajo los pliegues de sonrisas templadas. A pesar de que hoy el sol te surca a roces la marejada interior de sentimientos encontrados, para ti los rayos se convierten en ráfagas incendiando la certeza de que has vuelto a equivocarte, una vez más, en la misma herida, con distinto nombre pero con las mismas manos vacías, el mismo nudo, el mismo cruce bajo los párpados, el mismo daño. Y vuelve a atragantársete el llanto entre las piernas y la amargura tiende viaductos entre tu garganta y el último armazón de tu corazón culpable. Has vuelto a cagarla y en el fondo lo sabes. Aunque te vendas (al mejor postor y con la tela más tupida) el músculo derribado del cual, en días cómo éste, te gustaría deshacerte como sacrificio al Dios Baco. Porque ni sumergiéndote entre cervezas en bares demacrados conseguirás olvidar un solo instante la imagen de su cara defraudada, herida, la imagen cristalina, de nuevo, de tu derrota instalándose en las córneas, estallando en sus ojos como un espejo roto. Aunque no sirva para nada porque ya sabes que ésta noche de ron amargo, de vómito en el interior de las muñecas quebradas, no aprenderás, al igual que tampoco lo hiciste antes, aunque por un tiempo te engañases pensando que sí. Porque hoy, sin resistencia alguna, te dejarías caer por esa alcantarilla que absorbe, amontonándola en el subsuelo, el agua sucia de tu corazón podrido. Nauseabundo. Mugriento. Putrefacto.
4 abr 2006
Existen personas por las realmente merece la pena vivir, a pesar de los telediarios, de los charcos sin forma ni fondo, de las escaleras cojas o de miradas sin hoguera. Son esas personas que, desde todos los ángulos de un círculo concéntrico, te tienden la mano, no ya para no permitirte caer, sino para alzarte a lo más alto. A ese lugar desde dónde siempre puedo ver el mar, donde mis dedos siguen tecleando porque los amaneceres seguirán sucediéndose aunque no vayamos a Finlandia. Y todo lo bueno que hay en mí es gracias a ellas, a sus palabras sin tregua, a los hombros-presas que nunca terminan de achicar agua, a sus sonrisas desde cualquier perspectiva. Sois, todos vosotros, sin duda alguna mi mejor regalo de cumpleaños y hoy, unos minutos antes de añadir un año a los sietes de mis bolsillos, os doy, a manos llenas, las gracias desde el fondo de las lágrimas que surcan, despeinadas, los ángulos obtusos de mi cara. Hacía mucho que no lloraba de alegría. Y gracias especiales y con todas las palabras que se me extinguieron por la sorpresa, a mi hermana y a el_hombre_que, cómplices directos en esto: "Modos de pasar el invierno" Os quiero.
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