Cheques con nota a pie de página
Mañana partiré durante una semana a la busca de Nessie... Sed buenos en mi ausencia.
Supongo que nos equivocamos demasiadas veces, y hubo más “demasiadas veces” de lo que quizás hubiera sido lo mejor, y hubo tantos “quizás” que acabaron por clavarse certeros en los rincones sin tendón (de aquiles), al final sólo pudimos rendirnos a la evidencia de que habíamos adelantado al futuro y nos habían multado por no poner los intermitentes, por maniobra peligrosa y por poner en peligro nuestra propia cordura. 20 puntos menos y perdemos el carné para conducir materiales peligrosos. Touché y game over.
Ir andando a las cumbres más altas siempre se nos dio mal, especialmente a mí que me acostumbré a llegar a los armarios elevados sin ponerme de puntillas, así que tú te sentaste en la misma piedra a ver pasar las tormentas de arena que, al llorar, justificabas con alergia al viento sin ningún tipo de especias. Entre tanto, yo contaba uno y uno intentando no olvidar las tablas de multiplicar mientras soplaba contra el viento, ese que a ratos conocíamos, para hinchar mi globo y planear sin caer por encima de tu cabeza. Aunque a veces te rozara los omoplatos. O las costillas. Y otras incluso los labios. Pero nunca me quedé tanto tiempo como para acampar aunque fuese de mentira. Y tú seguiste horadando cañones pensando que disparabas balas desviadas, sin darte cuenta de que, a veces, las corazas se convierten en repelente de erarios que valen la pena y no se puede hacer nada, ni siquiera sentarse a esperar, ni siquiera hundir los hombros, ni separar las aguas, ni llegar tarde a ver los fuegos artificiales. Nada.
Te empeñaste en aprenderte de memoria las esquelas de todos los periódicos pero luego nunca reconocías tu nombre y terminabas por exprimirte las yemas tecleando venenos que en realidad nunca fueron tal. Ante eso, yo me rompí los dedos suscribiéndote (o intentándolo) al olvido, por tu bien, de los errores que no llegamos a cometer. Hasta que una mañana descubrí que me habían devuelto todos los cheques. Con una nota a pie de página: tus pasos andando sin bastón lejos de los precipicios. Sin piedra, sin venenos y sin errores. Y no pude menos que sonreír.
Supongo que nos equivocamos demasiadas veces, y hubo más “demasiadas veces” de lo que quizás hubiera sido lo mejor, y hubo tantos “quizás” que acabaron por clavarse certeros en los rincones sin tendón (de aquiles), al final sólo pudimos rendirnos a la evidencia de que habíamos adelantado al futuro y nos habían multado por no poner los intermitentes, por maniobra peligrosa y por poner en peligro nuestra propia cordura. 20 puntos menos y perdemos el carné para conducir materiales peligrosos. Touché y game over.
Ir andando a las cumbres más altas siempre se nos dio mal, especialmente a mí que me acostumbré a llegar a los armarios elevados sin ponerme de puntillas, así que tú te sentaste en la misma piedra a ver pasar las tormentas de arena que, al llorar, justificabas con alergia al viento sin ningún tipo de especias. Entre tanto, yo contaba uno y uno intentando no olvidar las tablas de multiplicar mientras soplaba contra el viento, ese que a ratos conocíamos, para hinchar mi globo y planear sin caer por encima de tu cabeza. Aunque a veces te rozara los omoplatos. O las costillas. Y otras incluso los labios. Pero nunca me quedé tanto tiempo como para acampar aunque fuese de mentira. Y tú seguiste horadando cañones pensando que disparabas balas desviadas, sin darte cuenta de que, a veces, las corazas se convierten en repelente de erarios que valen la pena y no se puede hacer nada, ni siquiera sentarse a esperar, ni siquiera hundir los hombros, ni separar las aguas, ni llegar tarde a ver los fuegos artificiales. Nada.
Te empeñaste en aprenderte de memoria las esquelas de todos los periódicos pero luego nunca reconocías tu nombre y terminabas por exprimirte las yemas tecleando venenos que en realidad nunca fueron tal. Ante eso, yo me rompí los dedos suscribiéndote (o intentándolo) al olvido, por tu bien, de los errores que no llegamos a cometer. Hasta que una mañana descubrí que me habían devuelto todos los cheques. Con una nota a pie de página: tus pasos andando sin bastón lejos de los precipicios. Sin piedra, sin venenos y sin errores. Y no pude menos que sonreír.
Hay q subir montañas y bajar a oscuras cuevas. Para encontrar el tesoro. Hay q arriesgarse, pues solo así encontramos. Un beso,
qué bien escogiste ese saborean del acceso a los comentarios... tus textos son para saborearlos lentamente en varias lecturas :)
besos
Qué grandes símiles usas siempre. El del carné de materiales peligrosos es genial. Es cierto, algunas relaciones deberían llevar el cartelito amarillo y triangular creo que es, colgado en la espalda.
quiero escribir un guión contigo, contar una historia con nuestras palabras juntas... aprobecharme de tus pensamientos, volverlos locos y hacerlos imagen.
Correr más que el tiempo puede ser peligroso, pero si no nos creyéramos más listos que la propia vida tal vez nos sentiríamos más pequeños de lo que podríamos soportar.
Muchas gracias por tu comentario. Suerte con Nessie. Un abrazo.
quizás...demasiados quizás...demasiados demasiados...
precioso, de veras
buen viaje
abrazos ausientes desde el norte
mejor no contar las "veces" ni los "quizás", así no sabremos si son o no demasiados. precioso.
un beso sónico, suerte con (¿el elefante?) Nessie, y cuidado con el whiskey.
esta vez se escondió, pero descubrimos el billar y los hoteles. un día de estos te encontrarás la cama alfombrada de cheques y la sonrisa de los días soleados.
Shin... mereció la pena aunque no lo encontrásemos
Mago... A veces se muere en el intento
fj... paladea lo que quieras :)
para... algunas relaciones... y algunas personas ;)
Efesor... cuando quieras :)
Vgrant... hoy vengo de sentirme ínfima... y a veces es tan necesario.
pqueno... y como elegimos parar?
sergisonic...siempre podemos volver a la cuenta atrás...
el_hombre_que...con encontrar la cama de momento me vale ;)
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