Errores antiguos
Vuelvo a perderme en la oscuridad incierta de tus ojos y tiemblo, no sé si porque aún no he conseguido superar mi miedo a las tinieblas o es por verme de nuevo en el volátil espacio que guarda todo aquello que olvidé de ti. Quizás sea sólo el frío de recordar los taladros enmascarados de silencios afilados, cómo un “no” dicho a ciertas horas de la madrugada. Aún tengo tatuada en las palmas de las manos (allí dónde no pueda perderla de vista) tu mano en su cintura, tus ojos desollando los míos y mi cabeza alta contando los segundos para dejarse caer a las pesadillas de las sombras, que se mantienen despiertas cada noche hasta el alba.
También fue una noche de resacas amargas (por aquél entonces no necesitaba tanto de las bebidas dulces) de ojeras y de fiebre, cuando viniste a decirme que compartiésemos los puntos de vista, las noches suicidas, la taza de café y los amaneceres, sobre todo los amaneceres. Y no supe responderte por miedo a que vieras en el acento aguado de mis palabras (creo recordar que, incluso en esa ciudad, llovía) que llevaba meses soñando con tus dedos dibujando en mi cuerpo espirales de esas que nunca se acaban. Bajé la cabeza y se me subió la fiebre a las mejillas sin saber que en ese momento me estaba condenando, en esa misma espiral, a trabajos forzados para sacar poco a poco las piedras que, a millares, encontraríamos (sin hablar de las que pusimos nosotros mismos) en nuestro camino a ninguna parte.
Hoy, en otra noche parecida a aquella, decidimos volver a buscar las piedras con las que tropezamos para comprobar si el tiempo ha conseguido limar las asperezas. Y tus labios, viejos conocidos, se entretienen de nuevo dibujando formas en mis hombros desnudos, un oso, una flor o un corazón cómo el que ambos negamos haber hipotecado a un interés demasiado bajo. Y mientras sigues besando cada surco que se dibuja en mi cuerpo cómo si tuvieses los minutos a tu disposición yo cierro los ojos y, a ciegas, me entrego en pleno al ejercicio de recordar sólo las virtudes que pudimos inventarnos. Quizás sepamos aprender de los despropósitos y sólo volvamos a cometerlos en los días impares. Te beso la barbilla e intento no pensar en los platos rotos, en las noches a golpes con las aceras intentando reventar tu recuerdo por debajo de los puentes o en todo lo que llegamos a querernos. Y me miras a los ojos otra vez con esa paciencia infinita que tanta prisa lograba inyectarme en cada gesto y, otra vez cómo entonces, se me instala en los labios la urgencia por besarte, por miedo a encontrarte durante sólo un segundo y darme cuenta de todo lo que te he echado de menos.
Volveremos a cometer los mismos errores y nos enzarzaremos en las muñecas los anhelos pero hoy estás aquí, mañana… mañana ya decidiremos que nuevas caídas improvisamos.
También fue una noche de resacas amargas (por aquél entonces no necesitaba tanto de las bebidas dulces) de ojeras y de fiebre, cuando viniste a decirme que compartiésemos los puntos de vista, las noches suicidas, la taza de café y los amaneceres, sobre todo los amaneceres. Y no supe responderte por miedo a que vieras en el acento aguado de mis palabras (creo recordar que, incluso en esa ciudad, llovía) que llevaba meses soñando con tus dedos dibujando en mi cuerpo espirales de esas que nunca se acaban. Bajé la cabeza y se me subió la fiebre a las mejillas sin saber que en ese momento me estaba condenando, en esa misma espiral, a trabajos forzados para sacar poco a poco las piedras que, a millares, encontraríamos (sin hablar de las que pusimos nosotros mismos) en nuestro camino a ninguna parte.
Hoy, en otra noche parecida a aquella, decidimos volver a buscar las piedras con las que tropezamos para comprobar si el tiempo ha conseguido limar las asperezas. Y tus labios, viejos conocidos, se entretienen de nuevo dibujando formas en mis hombros desnudos, un oso, una flor o un corazón cómo el que ambos negamos haber hipotecado a un interés demasiado bajo. Y mientras sigues besando cada surco que se dibuja en mi cuerpo cómo si tuvieses los minutos a tu disposición yo cierro los ojos y, a ciegas, me entrego en pleno al ejercicio de recordar sólo las virtudes que pudimos inventarnos. Quizás sepamos aprender de los despropósitos y sólo volvamos a cometerlos en los días impares. Te beso la barbilla e intento no pensar en los platos rotos, en las noches a golpes con las aceras intentando reventar tu recuerdo por debajo de los puentes o en todo lo que llegamos a querernos. Y me miras a los ojos otra vez con esa paciencia infinita que tanta prisa lograba inyectarme en cada gesto y, otra vez cómo entonces, se me instala en los labios la urgencia por besarte, por miedo a encontrarte durante sólo un segundo y darme cuenta de todo lo que te he echado de menos.
Volveremos a cometer los mismos errores y nos enzarzaremos en las muñecas los anhelos pero hoy estás aquí, mañana… mañana ya decidiremos que nuevas caídas improvisamos.
Que levante la mano quién no guarde errores en mil cajas sin fondo...
Y bueno...no me gustan los finales felices porque por muy felices que sean, siguen siendo finales ;) me gustan mucho más las continuaciones o las historias en sí mismas pero claro, esos son gustos particulares...
Me encantan las casualidades :) Gracias por la visita!
¡Qué texto más bonito! Recuerdo de un amor del que queda algo... o mucho. El otro día leí algo que me hizo gracia: "Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero es falso, el hombre, es el único animal que sabe que es la misma piedra". Por suerte podemos elegir volver a tropezar...¿aunque cuidándonos de que el segundo tropiezo no duela tanto?
Me gusta también mucho la filosofía de Epicuro basasa en la búsqueda del placer en la vida pero recordando que si bien es cierto que todo placer es un bien, a menudo debemos rechazar ciertos placeres, cuando sabemos que traen consigo un dolor futuro mayor.
Que los amantes elijan ;-)
Un beso.
Buena filosofía...pero llegado el momento, alguien decide no volver a tropezar? ;)
En el amor todos volvemos a tropezar... pero ¿con la misma "piedra"? Segundas partes nunca fueron buenas ¿o sí? Habrá de todo. Un beso.
Todo depende de la resistencia de las piedras no? ;)
El hombre no tropieza dos veces con la misma piedra tropieza hasta que se rompe la piedra o su cabeza lo que pase antes.
Rezad por que vuestra cabeza sea mas dura que la piedra.
No se te da nada mal escribir
Es lo que teneis los de letras :D
Y a nadie se le ha ocurrido meterse la piedra en el bolsillo para no volver a tropezar con ella? Digo yo que será más efectivo... ;)
Jejejeje, gracias, no esperaba verte por aquí! pero se agradece la visita...
Como te he dicho otras veces.. leer estas cosas tiene su momento. A las dos de la madrugada de un domingo se disfrutan mas :)
Lastima que estropee bonitos escritos buscando, con bases que yo me invento, significados ocultos, hechos relacionados..
En fin, un gran escrito, que no decaiga!! ;)
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