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¿Y a ti aún te cuentan cuentos?

 

Ya basta

Sospecho que nunca llegué a comprender este mundo en el que nos ha tocado vivir. Creí que cada día iba a amanecer con nuevas ilusiones enmarañadas en las cortinas y que cada nube vista desde la ventana de cualquier casa ajena acabaría convirtiéndose en algodón de azúcar pero me encontré con que lo habitual eran los dientes apretados, las lágrimas mudas que se imploran hacia dentro y los días que pasan sin más porque nadie se ha molestado en parar el reloj y decir ya basta. Yo tampoco fui capaz de hacerlo. Me sumergí de lleno en el viscoso remolino creyendo poder remontar el curso del río y sólo conseguí que se me escamase la piel a fuerza de contrariedades sufridas a contraluz (pues sólo así pueden ocurrir este tipo de sucesos)

Nadie debe culparse por esta decepción, mi familia, mis amigos fieles e incluso aquellos que me traicionaban con sus silencios en las noches de luna creciente, me previnieron sobre lo que podía encontrarme. Desilusiones, catástrofes de esas que te hacen correr el rimel empapado en vozka, en noches perversas que no acaban al apagar la luz, silencios latentes y gritos que te arañan tanto las entrañas que llegan a dejarte hueca. Suspensos en las asignaturas más importantes y matrículas compradas al deshonor en las esquinas más triviales. Lápidas con nombres que reconoces pero que tu mente se empeña en no recordar, imágenes diluidas a fuerza de grabar con fuego y alcohol cualquier otra encima. Dibujos animados a ser posible. Dolor, hipocresía y llanto. Ellos me advirtieron y no se equivocaron. Me he encontrado entre las nieblas de todo esto y me he bebido las lágrimas dejándolas caer en vasos con sal y limón. Pero no fui capaz (me hundí antes de levantar el brazo) de alzar la copa y brindar con ellas.

Y aunque me encontré con rostros lúcidos que reflejaban la alborada cada mañana, con manos enlazadas entre tormentas de nieve, con palomitas de maíz, regalices rojos y algún que otro final feliz no conseguí zafarme de esa sombra que me muerde los tobillos cada noche, dejándome heridas abiertas en las que tatuar sonrisas roídas de duelos. Así que opté por la decisión del sueño eterno para intentar encontrar en mi letargo el mundo que quise tener y no me atreví a buscar. Sé que sabréis entenderlo. Os dejo todas las fotografías en las que salgo sonriendo, las canciones que no logré encontrar a fuerza de escucharlas para crear la banda sonora de un cuento que nunca fui capaz de vivir y mi colección (en estos casos siempre hay infames colecciones) de agujas de relojes que dejaron de funcionar en primavera. Lo demás os lo dejo para que hagáis montañas en las que poder escalar los domingos de invierno que no apetezca salir. El edredón enfundado de lágrimas podéis quemarlo y lanzar sus cenizas en una tormenta con viento de poniente. Conmigo… conmigo podéis hacer lo mismo.
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At 4:29 p. m., Blogger el_hombre_que said...

ya decía Pessoa:

Hay sólo una ventana cerrada, y todo el mundo afuera;
y un sueño de lo que se podría ver si la ventana se abriese,
que nunca es lo que se ve cuando se abre la ventana.    



At 3:06 a. m., Blogger Elena -sin h- said...

Hay demasiadas veces en las que sólo anhelas tener los bolsillos llenos de explosivos para hacer volar, sin dejar cristales rotos, las ventanas cerradas...y también las abiertas    



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