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¿Y a ti aún te cuentan cuentos?

 

Silencios (repletos de aullidos)

Hay días en los que a tu alrededor lo único que quieres pensar es silencio. Si este mundo absurdo tuviera una rueda de volumen, la romperías clavándole un punzón oxidado, para luego arrojarla sin piedad a la hoguera dónde reposan las cenizas de los sueños que nunca tuvieron oportunidad de cumplirse. Comprobarías que no quedan restos para asegurarte de que jamás nadie intente hacerte tomar parte con palabras huecas, que intentan convencerte de algo que sabéis que no es cierto, tanto tú cómo aquél que sin ningún escrúpulo te condena a vagar en un camino repleto de olas, que no llegan a romper para no desembocar en una marea de reproches. Y recuerdas eso que una vez oíste de que el silencio es la forma más elocuente de mentir, en ese momento te lo crees a pie juntillas y lo jurarías ante cualquiera con la mano puesta en las Sagradas Escrituras, los ojos al frente y la cabeza alta. La forma más convincente de mentir y de llenar el aire con intenciones, gestos, promesas y rencores. Esos días que quieres callar, que sólo quieres plegar las alas y que llueva de nubes color púrpura toneladas de algas marinas que amordacen la locuacidad de todos los vecinos de tu escalera. Esos días que no quieres escuchar a nadie y con una sola mirada calcada de la de la bruja de Blancanieves silenciarías un universo entero, son precisamente los que más tienes que decir. Es cómo si todas esas palabras que tienes dentro te obstruyeran la laringe amontonadas de cualquier manera, sin orden ni concierto, y te impidieran respirar, ahogándote y dejándote muda. Tú contribuyes al silencio que requieres porque precisamente lo que buscas cobardemente es no hablar y quizás con tanta quietud el simple hecho de levantar tu voz, rompiendo la armonía, haciendo estallar ese estanque tranquilo de mutismo en mil pedazos de cristales rotos, se te haga tan insoportable que la mejor opción sea permanecer con los labios sellados. Y pasará…pasará en unas horas, unos días o unas semanas y perderás la oportunidad de expresar aquello que te atenazó la garganta porque ya habrá perdido su vigencia y, mucho peor, su importancia a tus ojos.

Hoy es un día de esos en los que me meto en mi pecera aislada del mundo con música elegida que da el poco oxigeno que en estos momentos necesito para seguir viviendo. No vivo, sólo sobrevivo dejando que pase el tiempo cómo si eso fuese a cambiar algo. Y guardo silencio por puras ganas de gritar. Y reniego de todo aquello que una vez me importó algo para intentar romper las ataduras que me unen a ese pozo en el que siempre termino practicando la caída libre. Sin red ni paracaídas, sólo con lágrimas, vacío y, una vez más, silencio. Quizás si sigo permaneciendo silente por mucho que quiera pintar las paredes con aullidos desorientados, sea capaz de acostumbrarme a los silencios que tanto frío me inscriben en la piel. Quizás así consiga que duelan menos.

“No hay nada que decir ante la guerra de unos ojos cerrados”
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