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¿Y a ti aún te cuentan cuentos?

 

Promesas que no pretenden valer nada

No puedo prometerte que no me iré, no puedo jurar que una noche cuando aún las sábanas estén calientes y no se haya evaporado todavía tu olor de mi piel, no vaya a escapar de puntillas sin dejarte ni un miserable post- it con un teléfono móvil elegido al azar. No puedo decirte que conmigo nunca lo pasarás mal, ni te lamentarás agarrada a la barra de cualquier bar o al hombro cómplice (y empapado) de alguna amiga, no puedo darte mi palabra de que no permitiré nunca que nadie pueda hacerte daño. Seguramente la persona que vaya a herirte, la que te hará llorar y gritar, la que te provoque sueños etílicos llenos de precipicios, seguramente aquél que te haga maldecir el día en que cruzamos nuestras miradas sea yo mismo. No puedo prometerte un camino alfombrado de flores, besos dulces, desayunos al amanecer y regalos el día de tu cumpleaños, nunca creí que las rosas no tuviesen espinas, así que seguramente me olvide de tu cumpleaños, me olvide incluso de la edad que tienes y a veces, según la noche y el nivel de alcohol que falte en mi vaso, tampoco sea capaz de recordar tu nombre.

No puedo prometerte un paraíso pero si puedo decirte que, en los minutos que esté contigo, será contigo con quien sueñe, viva y llore, que seré tuyo en esos instantes cómo nunca se ha entregado nadie. Puedo asegurarte que mis dedos recorrerán tu cuerpo al compás de mis pensamientos y que el tiempo que compartamos serás a la única persona a la que quiera, sin peros ni dudas… lo tomas o lo dejas? Y lo tomé, y le besé en los labios como si un cáncer mortal nos esperase con el amanecer del día siguiente e hicimos el amor en cada habitación sin apaciguar ni uno solo de nuestros apetitos.

Ahora que cierro la puerta dejándole, en una servilleta del último bar en el que bebimos, un teléfono inventado en el momento, algo me cosquillea la boca del estómago. Puede que sea culpabilidad… o quizás sólo sea hambre.
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