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¿Y a ti aún te cuentan cuentos?

 

Odio los condicionales

Odio los condicionales, quizás por eso me haya ido a vivir a esa ciudad dónde se cortejan en cada recodo, en los mercados, los bares y en los parques, quizás tenga la esperanza de que al estar tan extendidos no tenga porqué encontrarlos en miradas, manos o en la médula espinal de toda aquella persona que amenace con dibujarme ilusiones detrás de las orejas. Aquí, aunque puede que sigan siendo incorrectos, los condicionales son tan normales que están irremisiblemente lejos de mi vida mordaz y esperpéntica. A veces sueño con cacerolas en las que hacerlos hervir y evaporar, eliminar los “si hubiera estudiado” o los “si no hubiera bebido tanto”, desterrar sin la menor opción de regreso a los “si al menos me mirara”, los “si pudiera olvidarle” o “si me quisiera” y aniquilar los “si tuviera dinero” o su versión del mismo, “si tuviera tiempo”.

Nunca he sabido a ciencia cierta de dónde viene ese odio atroz, aunque sé que está diluido al verse compartido con la aversión a los “peros”, la más cruel de las palabras, un silencio cuando ya crees haber librado la cruenta batalla con los temblores en un tenebroso bosque de cipreses y crees que podrás volver a casa sin heridas de guerra, un “pero” te dispara directamente al tuétano. Justo cuando creías ver un camino, una senda que te conducía a alguna parte, al comienzo de algún lugar que, con un poco de suerte, quizás estuviese plagado de helados de chocolate con galletas. Entonces aparece ese “pero” (asesino de ilusiones susurradas en sueños inquietos) cuando aún te sientes franqueando un cristal del grosor de uno sólo de tus besos, que se convierte en el grito agudo de una soprano haciendo estallar en mil pequeños coágulos tu vacío de bohemia fragilidad.

Los condicionales y los “peros” se conjugan en cuerpos de chicos equivocados y por si no me conocéis tengo los ojos verdes (porque verdes los tienen las náyades), tengo 27 lunares en la espalda y siempre me enamoro de chicos equivocados. Como de ti, que llegaste sin nota identificativa una noche de verano, un mes después de que mi vida detonase y, descalzos, nos besamos en la misma esquina en la que 9 años antes explosionaba mi corazón y mi infancia. Al día siguiente mientras jugábamos al parchís con cada mirada, terminamos dejando la partida a medias para ver cómo quedaba mi cuerpo desnudo sobre el tuyo y nos gustó tanto la combinación, que terminamos repitiendo vestuario hasta que sonó la campana que indicaba el final del asalto. Final resuelto por K.O. Los kilómetros siempre ofertan condicionales a todo aquél que en ese momento salga a tender la ropa blanca y a mi siempre se me dio bien conjugar “peros” antes de que alguien quisiera engancharlos en las pinzas de colores. Siempre fuiste sincero y por eso se me enturbió el último beso, que quisimos teñir de hasta luegos hasta que se nos quedaron las manos tintadas de adioses del color de atardeceres juntos. Por primera vez no miré atrás, sabía, esta vez sin “peros”, que seguías enamorado de ella al igual que no tenía la menor duda de que, justo cuando más quería oírlos, aquél era un adiós sin condicionales.
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At 10:20 a. m., Blogger el_hombre_que said...

siempre puedes dejar de esperar que aparezcan helados de chocolate e ir a comprarlos tú misma. mmm, helados de chocolate...    



At 12:55 p. m., Blogger Elena -sin h- said...

Para comprar helados de chocolate hay que ir por ellos... y a veces da una pereza... ;)
Vaya...me ha entrado hambre...    



At 1:57 p. m., Blogger Miss Kubelik said...

Equivocados o no, son la condición de alguna que otra sonrisa ;)

Pd. Gracias por la visita    



At 3:50 p. m., Blogger Elena -sin h- said...

Supongo que aún busco sonrisas equivocadas sin condiciones...

P.D: Lo mismo digo y todo un placer :)    



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