Domingo sin trébol de cuatro hojas
“Tienes gotas de tristeza chorreando por tu pelo seco”. Giro la cabeza mientras con lentitud me quito uno de los cascos y te interrogo alzando las cejas. “Me has oído” respondes a la inexistente pregunta de mi gesto omitido. Y tienes razón pero son casi las seis de la mañana y hace ya un par de horas que dejé de confiar en chicos de manos mojadas que se acercan en los portales. Cuestión de supervivencia. Tengo la llave metida en la cerradura y sólo un giro acabaría con nuestra conversación, los dos lo sabemos y quizás por eso sonríes estudiándome las heridas que se me ciñen en los dedos. Un segundo… dos… tres… y justo cuando empiezo a mover la muñeca me ofreces una cerveza avalando la cercanía del bar cómo interés en la deuda de mi confianza. “Si piensas que soy un gilipollas sólo tienes que salir del bar y andar tres pasos para encontrarte cómo ahora”. A mis labios asoma el dardo envenenado pero sé que has sido mucho más valiente de lo que yo lo he sido en años de pasos sin movimiento, así que vuelvo a mirarte y esta vez me impresionan los ojos (que descubro entonces). Mientras busco hormigas misioneras en las aceras mojadas, saco la llave y abro la boca por primera vez: “¿Y si no pienso que eres un gilipollas?” y al decirlo sé, que ahora tengo que enfrentarme, aunque sea por un instante, de nuevo a las hadas de tus ojos y reducir a base de cordura el rubor que se me instala en las orejas. Sin embargo me devuelves el silencio merecido al son de nuestros pasos entrando en el bar y antes de que me quite las pelusas de frío me pones en las manos la cerveza diciéndome al oído: “Me llamo Mateo”, así que dibujo en mis labios mi nombre que lees cómo un pianista experto en esos menesteres. En ese momento se encienden las luces para, por primera vez en esa noche, trazar entre copas vacías los acordes del Imagine de Lennon. 25 años. Me dices que no hay problema en quedarnos, el bar es de un amigo que observa sin mirarnos desde la distancia prestada por el fondo de la barra, como hablamos lo necesario para un saludo en cualquier cruce de esta ciudad sin semáforos en ámbar. Para cuando te respondo de dónde soy, tú asientes: “te delata el acento” y contándote los nudos de las zapatillas disparas a ciegas: “¿Qué es lo que más temes de las personas?”- tornándosete el gesto en urgente mientras buscas mis ojos sin encontrarlos - “aparte de que te lean el pensamiento cuando les miras a los ojos” terminas mientras me descubres con una sola mano dejándome al raso. Noto como mi médula acusa el golpe, “Me da miedo la enorme capacidad que tenemos para mentir” te respondo intentando aguantarte la mirada en lo que se convierte (con el paso de los años) en un reto conmigo misma. Y nuevamente pierdo mientras pasan los segundos. Interminables. Uno… dos… tres… Y mientras Lennon se despide hasta los próximos 25 años, tú me atraviesas sin manos culpables: “Podría enamorarme de ti” y en ese momento sé que terminaré huyendo al acabar la cerveza, empapándote los gestos de mi sonrisa que sólo sabe teñirse de ironía, pero saltas, con un impulso que te agradezco, sobre mi gesto y tus ojos van de la botella a mis manos en un baile descompasado de preguntas carentes de interrogantes. “Siempre tuve suerte el 14 de cada mes, así que decidí que conocería a la mujer que me acompañase el sueño un día 14”. Entonces te corto casi mecánicamente: “Hoy es 10” mientras pienso que, en mi caso, los tréboles de cuatro hojas solían aparecer con la revista de los periódicos, siempre los domingos. Ante mi comentario tú impones el reto con algo indefinible sombreando las pupilas y yo caigo sabiendo de antemano que, una vez más, me derrotarás. Mientras asumo mi cobardía con el sabor que pudo dejar un bombón de trufa con el corazón roto y sin almendras, oigo la luz apagada de tu voz “Tienes razón… deberíamos irnos, se hace tarde”
Miro el reloj del bar castigándome mudamente las entrañas y me doy cuenta de que son las 6:37. Domingo 11 de diciembre.
Miro el reloj del bar castigándome mudamente las entrañas y me doy cuenta de que son las 6:37. Domingo 11 de diciembre.
Que forma de actuar más tuya :)
Un dia se pasarán los segundos mirando los ojos de alguien y entonces recibirás revistas cada día.
Y a mi por qué no me pasan cosas como esta? ;)
Joe, lo he escrito yo ;) en homenaje a los domingos dejados pasar por no saber aguantar las miradas (aprenderé, lo prometo)...Quizás un día de estos empiece a comprar el periódico de nuevo...
Y no te pasan porque tú no tienes un bar en la puerta de tu casa ;)
¡Cazada!
Qué textos más poéticos, metafóricos... ¿o sólo estabas contando un ligue? jeje. Están poniendo un bar cerca de la puerta de mi casa, a ver si hay suerte ;-). Un beso.
El situacionista...anda queeee, un día te asesinaré mientras duermes :P
El lehendakari... ligues??? eso qué es??? :P Nada, más bien contaba mi facilidad innata para dejar pasar buenas oportunidades, asi que aprende de mi y no desperdicies las tuyas ;)
Sí, tendré que aprender de ti, que yo soy muy tímido... He visto que tienes una entrada nueva en tu blog, pero como es tarde y mañana madrugo la dejo para la próxima vez que entre ;-) Un beso.
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