Café recién molido
25 ago 2009
Me diste miedo. Y lo dijimos a la vez sin mirarnos siquiera. Dejando caer las palabras hasta los bordes de la mesa, para que escaparan, para que no se notasen. Y ya daba igual todas las calles recorridas, los argumentos y las miradas de reojo, no importaba el aliento de café recién molido, quien esperara en casa o el sillón que se hundía en aquél bar que encontramos de casualidad.
Nunca se me dio bien aguantar las miradas. Y esa es mi excusa, estúpida y escabrosa. Hubo veces en que salí a dejarme los nudillos pero ahora me acomodé jugando a cartas marcadas. Y aunque siempre pierdo era una salida digna. Pero de repente apareces tú y sonríes. Y hablas y sonríes. Nada más. El camino que ya no sé dibujar es aquél que tú ya te sabes de memoria, se te nota desde la primera sonrisa.
No lo esperabas. Y esa es tu excusa. Aunque sabes que mientes a pesar de contener ciertas verdades. El camino que conoces de memoria se te antoja manido y descubres que no quieres tomar atajos. Hubo veces en que salías a pasear sin rumbo, sin intención pero ahora las noches se hacen demasiado largas. Y a veces duelen. Así que sonríes y me miras desde detrás, donde yo escondo a ratos las lágrimas y donde tú sabes, con miedo, que esas lágrimas verdes romperían cada uno de los pasos. Los tuyos y los míos.
Nos dimos miedo. ¿Y ahora qué?