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24 ago 2014
¿De qué me sirve salir de esta inmensa ciudad si de quien pretendo huir seguirá dentro de mí?
Creía
que lo merecía. Cuatro palabras capaces de desangrar una garganta ya
curtida en desangelar todos los nudos. Creía. Que. Lo. Merecía.
Diecisiete letras que supuran en el lagrimal derramando recuerdos por
las mejillas. El resumen certero de la fábula sin moraleja que han
sido los últimos 14 años. O quizás más. Allí donde no hubo más
que monstruos.
Me
he asaeteado las pupilas en el espejo, clavando cada jirón de memoria
en el verde oliva, repitiéndome lo que inicialmente fue una pregunta
para convertirse en la más atroz de las afirmaciones. Y allí,
reflejándose la pequeña laguna del iris descarnado, me he llorado
por cada una de las veces que debí perdonarme. Por aquellas que
excusé lo inexcusable en el ojo ajeno mientras asesinaba la piedad
en el propio.
Creía
que merecía aquella tarde de cristales rotos hace nueve años, dos
meses y un día. Hasta creí ser digna de las consecuencias que
aquello trajo. Creí que merecía todas y cada una de las veces que
regresaste para volver a irte desde aquel enero de hace trece años.
Daban igual las razones, las excusas, cada una de las palabras.
Incluso algunos gestos. Hace cuatro años me autoimpuse todas las
noches turbias, las camas vacías de después, la ausencia de piel
verdadera porque creía merecerlo. En mi inventario no había
registrado el balance de grises, el páramo de tus ojos, tu hastío.
La negación como supervivencia. También creí merecer todas y cada
una de tus mentiras, todas y cada una de las palabras que
convirtieron mis párpados en una cama de alfileres preparada para
desgarrar la piel donde menos lo esperase. Aunque siempre lo
esperase. El listado de siluetas ajenas que aún me despierta algunas
noches y me impide verme con nitidez a base de comparaciones. Y
ahora, y entre todo eso, solo supe hallar, o convertir lo que
hallaba, en sucio, indigno, vacío o imposible. Porque jamás creí
merecer nada más allá de eso.
Y
ahora en el fondo de un silencio incómodo me descubro poniendo en
duda una de las más vitales de mis creencias, del sistema de poleas
que aún me mantiene en pie. Porque quizás no la elegí yo, porque
tal vez solo la adopté creyendo que era lo que debía ser para mí.
¿Cómo iba a creer en el amor eligiendo tan mal en quien depositar
mi fe? Es solo que creía que lo merecía.
*La foto es repetida pero necesaria
Sonando: 'Belice' de Love of lesbian
6 jul 2014
Ella
me decía que tenía que bajar la guardia, confiar, tender puentes
entre el abismo de mi vacío y las manos de los demás. Tú
desapareciste, te fuiste en el momento oportuno, cuando tu vida se
colocaba, impecable, dentro del compás y la mía se desparramaba por
la punta herida del cartabón. Y él, apareció justo para recordarme
el poso caliente del estómago, la desesperanza, el hastío de no
equivocarte cuando todo lo que quieres es hacerlo. Su voz, alegre,
resuena aún en mis oídos recordándome que nunca sonrió para
mí.
Ella
me decía que debía creer en mi propio brillo, interno, no afectado
por los vaivenes y caprichos de una luz dispersa y egoísta. Tú
apagaste las linternas de emergencias y rompiste todas las bombillas
a fuerza de repetir una y otra vez la misma idea, me enterraste en el
sótano oscuro de un faro voluntarioso en un mar picado por la
galerna. Él, creo, jamás quiso sentarse, creer ni ver. O sí. No lo
sé. Nunca creí que tenía derecho a preguntar por ello.
Me
hizo sonreír de nuevo, vislumbrar ese magullado techo de cristal, el
que tú rozaste, el que ella me pide que averigüe como romper.
Llegué a contemplar, por el rabillo del ojo y dentro de todas mis
ilusiones, la lluvia de vidrio, magullándome feliz. No hubo
opciones, allí en mi foso particular volvieron a caer las cenizas
aún vivas de todas las razones por las que el espejo me devuelve
constantemente un rictus tenso e inmortal, volví a sentarme sola, a
mirar lejos y a no encontrar el horizonte. Aprendí, de nuevo, que
abrir las puertas es la forma más rápida de que las cierren de
golpe.
Sonando: "Young Blood" de The Naked and Famous
13 jul 2013
He
llenado demasiadas líneas de palabras estériles. Por primera vez no
consigo destilar lo de dentro a través de las yemas de mis dedos.
Cualquier conjugación se queda yerma y agoniza, boquea sin éxito.
Ningún baile de letras consigue el latido preciso, el que pueda
hacerte -hacernos- justicia.
Y
no puedo, no. Siempre supe escribir mejor de la tristeza que de la
alegría pero ahora no me responden las palabras. Ninguna, es como si
te las hubieses llevado todas, solo me hubieras dejado las que el
oficio me requiere, las que realmente nunca dicen nada. Las precisas,
las reales, las necesarias se quemaron contigo.
Así
que sólo me queda esbozar cuadernos sin puntos, reteniéndote entre
signos de puntuación. Jamás, mamá, lo intente cuanto lo intente,
sabré escribirte un justo obituario.
24 oct 2012
Me
heriste.
Y a estas alturas de mi vida eso es más un piropo que una
acusación.
La foto es de pablosanz
2 oct 2012
Lo
malo de la revoluciones es que siempre acaban pronto. Tú entonces no
lo sabías, aún creías (aún crees) en esas grandes palabras que, al final,
siempre quedan relegadas a los felpudos de los grandes eventos.
Ojalá
no fuera tan descreída. Ojalá no bastase un solo instante para que
todo caiga de mi trapecio tan terriblemente firme, tan establecido a
fuerza de no errar. Ojalá me equivocase tantas veces que he sabido
que no lo hacía, ojalá agotase el paternalismo con mi propia
sombra, ojalá desaprendiese todos los trucos para hacer visible el
pentagrama que siempre se esconde tras el acto principal. Pero no,
me he condenado a la amargura de mi propia infalibilidad.
Y lo
malo de las revoluciones es que siempre acaban pronto. O no empiezan.
Y no llegan.
15 sept 2012
"Recuérdame".
Noté el salto en el latido, la quietud repentina de tu mano, que un segundo antes, desordenaba mis rizos desparramados sobre tu pecho. Sentí la tensión súbita en ese abrazo, hasta ese momento en el límite perfecto entre lo cortés y lo cariñoso. Nunca te había pedido nada; llegaba, follábamos y me marchaba y estaba casi segura de que tú aún no sabías cómo enfocar todo aquello.
"¿Cómo?", exhalaste sin lograr matizar completamente el quiebro en la voz.
- Hazlo como quieras, no importa la etiqueta que me pongas, no se trata de algo romántico. Recuerda lo que quieras, una frase, un gesto, un error. Algo que escribí, algo que dije, algo que sabías que callé. Pero un día, dentro de mucho, recuérdame aunque sea como ejercicio contra el olvido, como una ínfima batalla ganada a la vejez, recuérdame.
Seguía presente algo incierto en el rictus de tu voz aunque tu mano, ahora reposada, se perdía en mi nuca y tus labios buscaban, entre miles, las palabras adecuadas, convencidos de que existían.
- ¿Por qué? ¿Por qué yo?
- Porque te gusta capturar imágenes y apuesto a que recuerdas cada una de tus instantáneas. Nunca me has fotografiado pero recuérdame como si así fuera. En blanco y negro, claro. Porque hace ya tiempo asumí que moriré sola, gruñoña e insoportable, cansada de mirar y ver demasiado. No lo digo con pena, es en parte mi elección. No creo en el amor para toda la vida, soy demasiado adicta al cambio para que las raíces profundicen. Es difícil que te recuerden allí donde no pasaste tanto tiempo como para que llegasen a acostumbrarse a ti. Así que no tendré un sitio al que volver y nadie me esperará si me retraso.
El silencio sí esperó. Llegó a acostumbrarse a sí mismo, consciente de su propio protagonismo. No era denso, no era incómodo, era necesario. Solo permitió dos pequeños rasguños en la atmósfera; el eco ligeramente chirriante de los muelles de la cama bajo tu peso y el inconfundible sonido de una réflex. Fotografiando. Recordando.
16 may 2012
Comenzaste
a vestirte, con gesto casi descuidado, la ropa interior, una de tus
eternas camisetas negras, los vaqueros. Yo había hecho lo mismo,
semanas antes, en una huida que sé deletrear de memoria. Tú
entonces me preguntaste si no iba a quedarme. Y yo, como siempre,
impuse mi terreno seguro; la riada de tiempo, gestos medidos y
palabras adecuadas no permite trazar puentes. Entonces me pareció el
vals perfecto. Tú ansiabas borrar fronteras tan poco como yo. Yo no
creía en el amor, ningún tipo de amor y tú renegabas de todas las
primeras personas del plural. Era limpio. Era seguro y aún desde la
distancia podía contemplar sin necesidad de agudizar la vista,
decenas de redes a mi servicio. Hacía tiempo ya que desaprendí los
pasos en falso.
El
problema, el pago, el aviso, mi torpeza es mi propia ausencia. Y
allí, mientras te vestías, y no era capaz de ofrecer las mismas
palabras, quédate si quieres, me di cuenta de que era tarde para mí.
Supe que los retornos nunca se hacen con las manos vacías.
Supe
entonces que la impermeabilidad siempre cobra su peaje; cuando estás
tan vacía que cualquier retorno de hace inviable.
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