Funambulista
El cielo nocturno de Madrid es rojo. Violeta en los bordes, en el punto exacto en el que se funde con los tejados, donde bordea el frío de una noche de principio sin ti. Ahí, donde puse a tender todos los inicios que no llegaron a ser en una línea imaginaria que marca las distancias entre cualquier punto y por la que juego a caer aunque nunca me falte la red.
Funambulista. Y yo vuelvo a pensar en besarte. O quizás solo pienso en volver a besarte.
Y vuelve el frío a Madrid, el frío dentro. Las capas, que voy descubriendo, poco a poco; un gesto, un silencio, una historia pero nunca llego a enseñar la piel, no ya al hueso. A pesar de estar desnuda bajo tus manos. Vuelve la lluvia a repeler los tejados, derramándose por las aceras, vuelve la humedad a los músculos por usarlos menos de la cuenta. Y descubro que existe un tejido, el estriado cardiaco, exclusivo del corazón. Un tejido muscular, de control involuntario, que no funciona más allá de su hábitat.
Aún me pregunto cómo pudo llevárselo. Como hace tanto, aquella mañana de luces fraccionadas, consiguió desintegrar cada molécula hasta romper cualquier vínculo. O quizás solo me dio la capacidad de hacer que la contracción fuese voluntaria, la posibilidad de contener el aliento y que todo se parase, imposibilitando saltar las vallas y llegar, ahora sí, a terreno baldío.
Y allí, enmarcando el grana nocturno de esta ciudad vampiro, veo tu inicio, nuestro comienzo, colgando del cordel de un latido muerto, secándose a la medianoche.
Funambulista. Y yo vuelvo a pensar en besarte. O quizás solo pienso en volver a besarte.
Y vuelve el frío a Madrid, el frío dentro. Las capas, que voy descubriendo, poco a poco; un gesto, un silencio, una historia pero nunca llego a enseñar la piel, no ya al hueso. A pesar de estar desnuda bajo tus manos. Vuelve la lluvia a repeler los tejados, derramándose por las aceras, vuelve la humedad a los músculos por usarlos menos de la cuenta. Y descubro que existe un tejido, el estriado cardiaco, exclusivo del corazón. Un tejido muscular, de control involuntario, que no funciona más allá de su hábitat.
Aún me pregunto cómo pudo llevárselo. Como hace tanto, aquella mañana de luces fraccionadas, consiguió desintegrar cada molécula hasta romper cualquier vínculo. O quizás solo me dio la capacidad de hacer que la contracción fuese voluntaria, la posibilidad de contener el aliento y que todo se parase, imposibilitando saltar las vallas y llegar, ahora sí, a terreno baldío.
Y allí, enmarcando el grana nocturno de esta ciudad vampiro, veo tu inicio, nuestro comienzo, colgando del cordel de un latido muerto, secándose a la medianoche.
a veces contenemos el aliento y pensamos que todo pasará, que nadie podrá hacernos daño en ese breve instante que nos convertimos en objetos inertes..
olvidamos, claro, que en algún momento toca volver a respirar...
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