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¿Y a ti aún te cuentan cuentos?

 

De todas las letras

11 ago 2008

Volver a casa siempre significa reencontrarme con retazos polvorientos de una vida que alguna vez fue mía. Desde bien pronto, casi al mismo tiempo que comencé a percibir el tiempo en mi reloj de muñeca, tuve por costumbre hilar mis días a través de líneas depositadas en los más inverosímiles continentes. Aún conservo una lista graduada por colores en la etiqueta de unos zapatos que nunca me puse.

Así se hace sencillo recordar, tirando de la madeja de aquellas cartas que jamás envié, cuando dolía más callar que vomitar toda la verdad en los impolutos escalones de tu mirada. Así recuerdas desde más lejos las tardes de sonrisa abierta, temblándote cada noche, cuando querer me venía tan grande como el futuro escrito con mayúsculas. Siempre supe aprender tarde y ahora, al releerme, me sorprendo hipócritamente de lo que esclaviza el no querer saber, cuando los labios juegan más que besan y las canciones siempre acaban con un acorde triste. Cambio el registro pero no los perfiles y paso ahora a las cartas que por aquél entonces llenaban de tinta viva las huellas dactilares. Donde siempre escribíamos con pluma para sentirnos algo menos indefensos. Donde me llamabas señorita desde el momento en el que ya no volviste a besarme.

Ahora sí paso la página y cambia la caligrafía de un otoño con las hojas más bonitas del mundo, en la tinta más deleble pero no por ello menos firme. Siempre escribías mal mi apellido aunque te encantase deletrearme los gestos para que siempre encontrase el acento en una sonrisa. Con una firma tan fácilmente falsificable como la mía. Disparabas sin tino y sin intención a las aurículas pero yo no supe (a)sentirte desde las entrañas. Aprendí tarde también a eso.

Luego amanece algo más oscuro y esta cama ya no es mi cama, las cartas ya no se guardan en cajas de zapatos y el hilo se hace más fino pero, si no lo sueltas, continúa enredándose en una foto de Donosti, un sobre tamaño A4 y la colección definitiva de billetes usados en todos los idiomas. En ese momento los recuerdos se transforman, pasan de líneas dibujadas como hileras de hormigas en un papel en blanco a los colores, las expresiones y los guiños de una imagen que permanece inalterable a lo largo del tiempo. Tu gesto no cambiará en ese instante perpetuo pase lo que pase después. Ni aunque tú quieras leer la imagen más tarde con un nuevo diccionario.

Pero esos son ya otros recuerdos…

 
   

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