Gracias
Porque hace tanto que te conozco que perdí la cuenta de las palabras, las canciones, los lugares y las situaciones pero sé que puedo hilarlas a base de sonrisas, de una palabra con siete letras que, como una maravillosa escritora me descubrió una vez, no existe en el diccionario aunque sea el título, inmensamente merecido, de este post. Y hoy, navegando en las aguas turbulentas que nos llevarán a un paquete mal envuelto dentro de 18 días, me ha podido esa sensación en el estómago que me hace escribir intentando vomitar un adjetivo que nunca encuentro para definirte.
Desde aquél día en que nos cruzamos casi sin querer, vienes estando siempre ahí. Aquí. A dos latidos de distancia que es lo que se tarda en pronunciar las dos sílabas de tu nombre. Las dos palabras que nunca me cansaré de decirte. Las cientos de ellas que hemos cruzado, que hemos escrito, que hemos callado. Los kilómetros que hemos disipado, convirtiéndonos en expertos en carreteras secundarias, porque en este largo camino las tomamos todas. Aunque nunca estuvimos lo suficientemente lejos como para no alcanzar ese teléfono rojo que jamás comunica. Quizás nunca estuvimos lo suficientemente lejos como para mirarnos a los ojos más de tres segundos y no temer las consecuencias.
Las consecuencias, como todo, terminaron por llegar por culpa de esa manía tuya de olvidar siempre las llaves. Por culpa de las distancias que se fueron deshaciendo tan despacio que de pronto se hicieron del todo inexistentes, donde recuperamos el tacto, la saliva y volvimos a mirarnos a los ojos a ver que se escondía en el fondo de nuestras pupilas. Allí encontramos todas las risas, las lágrimas enjugadas, los besos, las apuestas, los billetes de autobús, las ganas paseando por todos los lugares que antes o después fueron nuestros, desde esa habitación en la ciudad más fría del mundo hasta esa cama que más tarde sería tuya, pasando por ese banco junto a la estatua de Sabino, los quitamiedos, unas escaleras en la ciudad amarilla o un bar escocés junto a un sobre azul repleto de fotografías. Allí encontramos todo eso y decidimos construir mucho más. Y comenzamos a subir escalones con diferentes cadencias, lo que también me costó pedazos de piel hasta poder recostarme sin miedo, sin comparaciones a destiempo(s), hasta hacer que la sal y el levante fueron conjugando una escalera común y firme de esas que no cansan al subir. De esas que merecen de verdad, que te estremecen por las noches en las que no me dejas pasar frío.
Así que, de tu mano, de esas manos que me hicieron reír jugando con un vaso hace ya miles de días, has conseguido aquello que anhelé desde hace tanto, levantarme por la mañana y sonreír.
Solo con pensarte.
al final los pensamientos siempre son más fuertes que las realidades.. será por eso que siempre son el último refugio que nos queda cuando ya no queda nada.
Que téxto más "bonito"... ese adjetivo que a mí me gusta tanto y con el que nos solemos cruzar sin enterarnos. Veo que no es tu caso.
Un abrazo
No se que tienes escondido entre las palabras, pero me ha hecho pensar en un lugar tranquilo, un lugar donde poder pasear, aunque sea bajo la lluvia, donde poder esconderse con unos amigos, o con quien plazca, y allí poder cerrar los ojos un momento y estar tranquilo.
toda una historia para el mejor final!
Jo, me ha reconfortado leerte, gracias. Volveré.
Joooo! Yo quieroooo! ;-)
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