El mapa del tesoro
Se encontraban cada día en la misma X del mapa del tesoro. Con pasos imprecisos y miradas de reojo, como si las pupilas actuasen de suero de la verdad al contacto con mejillas ajenas. En la tercera baldosa los lunes y martes, en la quinta, miércoles, jueves y viernes, cuando empezaba a acusar sin pruebas el sueño, cuando, a pesar de las sábanas vacantes, se les enredaba el amanecer entre los dedos. Algún día se les escapaba la sonrisa alrededor de la séptima baldosa, siempre demasiado tarde, se decían, aunque yo estoy segura de que se equivocaban.
Cada mañana jugaban a conocerse solo con los ojos. Dándose pistas y jugando a intuir las del otro. Esa debe ser su camiseta preferida, piensa ella, sin saber, que él se la pone a menudo porque pudo intuir por sus guantes que el naranja era su color favorito. Sin saber él, que ella eligió esos guantes por ser del mismo color que la camiseta. Así que juegan a detectives, a novelistas o a pintores, eligiendo entre las opciones posibles, entre las huellas descifradas, una vida para el otro.
Y puede que no lleguen a conocerse nunca, más allá de ese mapa de baldosas, puede que se equivoquen, que sus besos se tornasen ásperos dos pasos más allá de su territorio particular. Pero todas y cada una de las mañana en esta ciudad de no-verano amanece soleado para ellos.
Cada mañana jugaban a conocerse solo con los ojos. Dándose pistas y jugando a intuir las del otro. Esa debe ser su camiseta preferida, piensa ella, sin saber, que él se la pone a menudo porque pudo intuir por sus guantes que el naranja era su color favorito. Sin saber él, que ella eligió esos guantes por ser del mismo color que la camiseta. Así que juegan a detectives, a novelistas o a pintores, eligiendo entre las opciones posibles, entre las huellas descifradas, una vida para el otro.
Y puede que no lleguen a conocerse nunca, más allá de ese mapa de baldosas, puede que se equivoquen, que sus besos se tornasen ásperos dos pasos más allá de su territorio particular. Pero todas y cada una de las mañana en esta ciudad de no-verano amanece soleado para ellos.
hola! al leerlo me han entrado ganas de vivir una historia así empezando mañana mismo.! saludo, buen día!
Y entraban y salían de los vagones de metro intentando adivinar los itinerarios del otro, consiguiendo material suficiente para pasarse el día imaginando un subjuntivo juntos, detrás de la séptima baldosa. Tomando como única certeza ese encuentro al amanecer, sabiendo que sólo podían aferrarse a un manoseado mapa del tesoro.
Es un texto muy bonito, como siempre y lo mejor es que, a su manera, hace sonreir.
Besos!
Si es que el constructor de las baldosas es un poco cabroncete a veces.... Se llama destino, o eso creo.
¿No te parece que llegada una edad, cada vez somos más cobardes para esto de dejarnos llevar? En fin, les deseo suerte a estos dos desconocidos...
Un besito desde el sur
:)
Es curioso. Una vez leí una historia sobre un tipo que llevaba 40 años tomándose la "punta" del pan y dándole a su mujer el "tacón" porque pensaba que era lo que más le gustaba a ella, y en un momento de intimidad ya ancianos los dos, descubren que llevan nmil años comiéndose la parte del pan que no les gusta pensando que la otra es la favorita de otro.
Y es que supongo que es así, que uno acaba conociendo a la otra persona a través de garrafales errores del estilo ;) y que muy seguramente esos pequeños errores garrafales acaban siendo pilares sobre los que construír un "pareja" que se soporte.
ya se han conocido, recorriendo su camino de baldosas amarillas, hasta la isla del tesoro. ya se han conocido...
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