Shibuya
Odio las habitaciones vacías, las que fueron mías, en las
que crecí un poco. No puedo evitar concentrarme en las paredes, ahora blancas,
diluyéndose como leche mal fermentada sobre los zócalos mudos, conteniendo el
aliento, ahogando el silencio del que tanto tiene que callar. Paseo por las esquinas, oscuras, con la tenue
iluminación del abismo columpiándose en un ayer que nunca llegó a ser, que
jamás supo traer la luz oportuna, la necesaria. Las bombillas desnudas nunca
llegaron a lamer los rincones más allá de la capa superficial de polvo, donde
todo terminaba por pudrirse mientras yo me dedicaba al estúpido oficio de
amaestrar los espejos.
Ahora, ante esta habitación, mi habitación vacía vuelvo a tener constancia del eco interior. Los latidos reverberan en una cavidad en la que se confunde el relevo del verano con el arranque del invierno. Los sonidos se mezclan, se agarran a las paredes e intentan abullonarse para vestir de largo las telarañas. Y como siempre, cuando el silencio aparece, ya no queda nada.
Y vuelvo a pensar, aquí donde se cimenta el vacío, que la confianza es un sistema de vasos comunicantes y cuanto más crees en ti, menos crees en los demás. Así que ahora que nada espero más allá del ras de suelo me encuentro con que a mi alrededor el desierto engulle los segunderos y el aire se convierte en mercurio, denso y brillante, y solo quedo yo. Y por primera vez en años, no siento miedo.
Ahora, ante esta habitación, mi habitación vacía vuelvo a tener constancia del eco interior. Los latidos reverberan en una cavidad en la que se confunde el relevo del verano con el arranque del invierno. Los sonidos se mezclan, se agarran a las paredes e intentan abullonarse para vestir de largo las telarañas. Y como siempre, cuando el silencio aparece, ya no queda nada.
Y vuelvo a pensar, aquí donde se cimenta el vacío, que la confianza es un sistema de vasos comunicantes y cuanto más crees en ti, menos crees en los demás. Así que ahora que nada espero más allá del ras de suelo me encuentro con que a mi alrededor el desierto engulle los segunderos y el aire se convierte en mercurio, denso y brillante, y solo quedo yo. Y por primera vez en años, no siento miedo.
Sonando: "Las noches de insomnio" de Niños mutantes.
La foto es de herrolm
creer en los demás es necesario ,aunque no lo creas , humildad es importante , para comprender que todos nos equivocamos.
Para no sentir miedo, yo recomiendo las patatas fritas
de bolsa. Y una llamada de teléfono a esa persona que
te falta, echas de menos hablar con ella.
Te gusta su forma de pensar, su risa, te gusta hasta su voz, no puedes dejar de llamarla.
Ella pasa de lo que diga la gente, no cree en nadie, que le
den a la conciencia, a la sumisión hipócrita, a las obligaciones y a los remordimientos.
Sobre todo que le den a la moralidad, al miedo, al ir al cielo, al ir al infierno...
Necesitas besar.
Tus pezones se ponen duros y tus bragas blancas se humedecen en dos segundos...
Terminas la bolsa, te chupas la sal de las yemas de los dedos
y le dices... - Vente, los dos lo estamos deseando. Bésame la sal de los labios hasta que te pida que pares...." Por primera vez no tienes miedo y además te sientes feliz
pues me has fastidiado, porque cada día creo menos en mi y menos aún en el "resto del mundo", si como dices debe existir un teorema de conservación de la confianza, la mía debe estar en algún fondo extranjero a la espera de que pase la crisis (de confianza, claro)
Amaestrar espejos, enacajar el eco interior, romper el cimiento del vacío, aceptar la incompletud...
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