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¿Y a ti aún te cuentan cuentos?

 

Tóxica

22 nov 2011


Ya ni siquiera soy capaz de aguantar 3 segundos tu mirada y tú quieres bucear junto al ámbar de mi pupila a ver si consigues tocar tierra. No hay vida al fondo, por mucho que escuches la cadencia, las cenizas son lo único que habita. Ni un volcán en el centro, ni tesoros escondidos, y mucho menos, una cruz que señala el camino. Solo el silbido del vacío haciéndose fuerte ante toda ausencia. Así que no, no busques, aquí dentro ya no hay nada.
Y aún así lo intentas, aun así quieres creer en mí. Yo te miro, te estudio, y me eclipsa las palabras tu ahínco por descubrir causas perdidas. "Si no quieres que esté, solo dime que me vaya" y mi silencio te otorga una esperanza que en realidad no es más que reminiscencias de una época en la que el corazón no latía solo por prescripción médica. Ahora te asfixiarás en cal viva si te quedas pero soy demasiado cobarde para decirlo y luchar contra una ilusión que no puedo más que envidiar.
Deberías olvidarte de mí, soy tóxica. Deberías soltar mi piel y desenredarte uno a uno de mis rizos, recuperar los besos perdidos en mi ombligo y liberar lastre. No tendrás que cargar con el peso de la huida porque nada dejarás atrás. 
Sonando: "Buenos Aires" de Carlos Chaouen
La foto es de sinsistema

Recuerdo

11 nov 2011


Recuerdo los lugares en los que te besé, cuando te miraba y no era capaz de esclavizar las ganas así que te ensortijaba las palabras, interrumpiéndote. Cuando te mordía los labios en el quiebro de una escalera y tu mano desbarataba la curvatura de mi cintura;  cóncava, convexa dependiendo del minuto exacto en el que me robaras el aliento.
Recuerdo el tacto de tu nuca, la encrucijada de tus hombros y el olor que siempre me dejabas prensado en la piel. Recuerdo tu sabor. La punta de tu lengua repostando en cada una de mis vértebras. La punta de mi lengua retrasándose en los caminos concéntricos de cualquier intersección, ya sabes que nunca conseguí ser puntual. Recuerdo mis piernas rayando el ansia, circunvalando tus caderas. La ropa interior deslizándose por los muslos como agua derramada, las uñas, apenas iniciadas, buscando un rincón en  la piel en el que alojar un grito. Recuerdo dormirme en el resguardo de tu pecho y despertarme con el dictado de tu piel en mi espalda. Las mañanas enlazados en nórdicos, palabras y una ristra de sonrisas que siempre llegaban hasta el café de después. Recuerdo los cafés de antes, las cenas a medianoche, las luces de navidad. Las notas en los espejos, los mensajes furtivos, los baños compartidos. El penúltimo beso. Los libros –todos-, las canciones y los diálogos de las mejores películas. Las palomitas. Mi cara de niña buena y tu cara de niño travieso. Recuerdo las calles empedradas, perdidos en cualquier ciudad, cuando te reías porque siempre me orienté de memoria y a tu lado solo recordaba la posición exacta de cada uno de tus lunares. Recuerdo los atardeceres, incluso los atestados de nubes, cuando el sol iba abrigándose poco a poco tras tu pupila. Las noches de invierno, las tardes de otoño y las mañanas de verano. La primavera siempre me sonó demasiado cursi,  por eso siempre me reía cuando me besabas. Cuando me desnudabas uno a uno los rizos y luego te entretenías en mis labios dibujando los mapas de todos aquellos lugares a los que huiríamos antes o después.
Recuerdo despertar, sola en una cama helada y recordar. El enorme museo de recuerdos tuyos que visito a menudo con la imaginación*. Porque solo allí estuviste.
*La frase está robada sin ningún tipo de consentimiento a David Trueba de su libro “Cuatro amigos”
Sonando: “Comptine d´un autre été, l´aprés-midi” de Yann Tiersen

A los puntos

3 nov 2011


A veces ni siquiera las palabras son capaces de salvarme. Tú querías llegar al fondo antes de tocar la piel y yo, idiota, me inmiscuí en ese laberinto del que nunca se sale a salvo. Y aún me preguntas por qué gasto las noches en camas con diversos acentos mientras cierro las astillas sangrantes de una caja que dinamitamos una tarde de domingo. 
Entonces tocó hacer inventario, retomar el frío y desaprender. Anotar de nuevo los errores en los márgenes. Afrontarlos. Y dejar de creer en tu cobardía. Y ahora aún me hablas de amor. Y vuelvo a pensar, sin quererlo, que no has querido de verdad ni una sola vez en tu vida. Y vuelvo a pensar, sin quererlo, que amor es una palabra que me olvidé de conjugar cuando estalló en tantos pedazos que aún encuentro esquirlas en los lagrimales. Así que no vas a ser tú quien me arrastre de nuevo por ese camino ni aunque juegues a dejar, al borde de mis pasos, frases que explotan al contacto con la saliva, a la vista de tus ojos bilingües.
Es una cuestión de higiene. La mezcla de tu saliva con la mía ha dejado un rastro demasiado visible de todo aquello de lo que huí, de lo que no quise nunca. Yo no sé jugar con una mano a la espalda, con la vista puesta en un reloj de arena y la lengua anestesiada por si el minutero despierta con suspiros de adelanto. O quizás sí pero entonces pongamos las cartas sobre la mesa y cerremos las compuertas oportunas. He perdido demasiadas veces a los puntos y he aprendido a ver venir tu uppercut derecho mientras intentas tocarme el alma con un gancho izquierdo. A veces duele pero no vas a llegar al hueso. 
Aunque hubo un momento –un instante- en el que pudiste haberlo hecho. Solo uno pero suficiente, al menos para mí. Tú mejor que nadie sabes que la clave está en saber adelantarte al próximo golpe. 

Sonando: "El equilibrio es imposible" de Los Piratas (gracias a Jesus Soler por la corrección)
La foto es de Adolfo Honorato
 
   

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