Centímetros
25 ene 2010
Pensarte siempre se convierte en un ortigal sin un resquicio, sin un respiro lleno de chalecos salvavidas. Te vas enredando, enraizándote en mi nuca, en el cielo de la boca, en la boca del estómago y nunca consigo dormirte sin soñar con tus manos paralelas a mis ansias. No sucede nunca que se me escabullan los pensamientos, huyendo bajo las yemas de mis dedos, al revés, es más común que se me coagulen bajo las uñas y todo lo que toque se vea inmerso, sin quererlo, en la espiral indefinida que nunca termina cuando te pienso. Y sé que es absurdo pero apareces siempre a traición, cuando me siento a salvo de tu sonrisa, y te inmiscuyes entre mis piernas hasta hacerme trastrabillar con las retinas atadas y la voluntad rendida. Luego te vas, o me voy, o amanece la razón y las sombras vuelven a refugiarse bajo la cama, la rutina y el convencionalismo enlatado en las reacciones adecuadas.
Aún así, sigo mirándote desde detrás del mismo cristal, tensando las cuerdas, midiendo las palabras y controlando con precisión de cirujano las distancias que separan, sin remedio, el pensarte del tenerte.
